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Conversación con María Martínez López
Erik Varden: «Contaba con no regresar a Noruega»
En octubre de 2020, el monje y abad trapense Erik Varden se convirtió en obispo de Trondheim. Esta prelatura, uno de los tres territorios de rito latino en los que se divide Noruega, llevaba más de una década vacante. Acostumbrado a la estricta regla de su comunidad, este religioso y escritor espiritual ahora está al frente de un territorio que casi equivale a dos veces Galicia.
Los pueblos del norte de Europa no comenzaron a cristianizarse hasta en torno al siglo X. ¿Hizo esto que esta evangelización fuera diferente a la del sur y centro del continente unos siglos antes?
Una particularidad de la misión a Noruega es que vino de Inglaterra y en gran medida la llevaron a cabo monjes misioneros. Estos dos factores dieron color y enriquecieron la historia temprana de la Iglesia noruega.
¿Cambió el cristianismo la cultura de los pueblos vikingos, de los que al menos aquí se tiene una visión de paganos salvajes?
Supongo que es debatible si los antiguos nórdicos eran constitucionalmente más violentos que, digamos, los antiguos íberos. La transformación de la cultura lleva tiempo y es un proceso delicado. Sobre los primeros cistercienses que llegaron a Noruega leemos que «enseñaron a un pueblo bárbaro a volverse suave bajo el yugo de Cristo». Cuando consideramos las erupciones bárbaras en la Europa de nuestro tiempo, nos damos cuenta de que este proceso debe continuar sin descanso, incluso después de milenios de cristianismo.
¿Cómo se inculturó el cristianismo en la cultura nórdica?
Cada período histórico debe encontrar maneras de comunicar el Evangelio que sean efectivas y comprensibles en términos de los paradigmas culturales disponibles. En Noruega hay casos de lugares de culto precristianos usados para la construcción de iglesias, como indicativo de que lo que la práctica religiosa anterior presagiaba tenuemente es perfeccionado en el don de Cristo. Habrá habido con seguridad tendencias sincretistas, pero el énfasis de la predicación y la práctica religiosa se ponía en la ruptura y la novedad, con todo lo que ello implica tanto de entusiasmo como de ansiedad.
Nuestros antepasados tuvieron que hacer frente a un desafío que en muchas cosas se parece al nuestro hoy, un tiempo en el que se confirma que la cultura mayoritaria que nos rodea está muy alejada del cristianismo y en algunos aspectos es irreconciliable con él. En momentos así se vuelve muy real la cita del Evangelio: «Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no». ¡No podemos decir sí y no a la vez!
La catedral católica de Trondheim está dedicada al rey san Olaf (993-1030), que se convirtió al cristianismo y unificó Noruega. ¿Qué papel jugó en este proceso?
Su influencia fue decisiva, más aún en muerte que en vida. El culto que surgió espontáneamente, los milagros que ocurrieron en su santuario, la carga simbólica de un rey mártir muerto en batalla definieron el foco simbólico para un nuevo concepto de nación.
¿Se mantuvo esta devoción después de la reforma protestante, que rechaza el culto a los santos?
La fiesta durmió durante unos pocos siglos, pero luego fue reviviendo de forma gradual, hasta el punto de que ahora se ha convertido en un verdadero festival y peregrinación. La Iglesia luterana está repensando su lectura del artículo del credo de los apóstoles «creo en la comunión de los santos». Es significativo que la fiesta de san Olaf en Trondheim este año terminara con vísperas ecuménicas en la catedral medieval, donde están enterradas sus reliquias.
Usted fue ordenado obispo en esa catedral, la de Nidaros (nombre medieval de la ciudad) aunque desde el cisma ha estado en manos de los luteranos.
La idea surgió de una consideración puramente pragmática: es más grande que nuestra catedral y permitía que asistiera más gente. El hecho de que las autoridades luteranas ofrecieran este gesto de hospitalidad con una generosidad espontánea dice mucho sobre el ambiente ecuménico que tenemos. Naturalmente, hay diferencias entre nuestras confesiones; pero estamos fundamentalmente unidos en un propósito cristiano, uniendo fuerzas donde podemos para asegurarnos de que se predica el Evangelio, de que se hace presente a Cristo, de que se atiende a los pobres y se consuela a los que sufren.
Pero no siempre fue así. ¿Qué ocurrió con los católicos durante los siglos en los que el luteranismo era obligatorio?
No hubo continuidad de una presencia católica. Solo en el siglo XIX se volvió a formar una incipiente comunidad formada por diplomáticos, comerciantes e inmigrantes católicos.
Su pequeño rebaño, aún hoy, sigue siendo en su mayoría inmigrante. ¿Cómo afecta esto a la vida pastoral de la diócesis?
Tenemos unos 16.000 católicos de más de 130 países. El porcentaje de noruegos está en torno al 5 %. Es una maravillosa paradoja que la catolicidad de la Iglesia esté presente de forma tan palpable aquí en este punto tan extremo de la diáspora, que los cronistas medievales situaron «in extremis finibus mundi». El hecho de que las comunidades esté formadas por personas de tantas culturas diferentes, que hablan idiomas distintos, nos demanda que fundemos nuestra unidad a un nivel muy profundo, no solo sobre presuposiciones culturales. Y lo considero una bendición.
Siendo una comunidad tan pequeña la estructura de la diócesis también será escasa. ¿A qué aspectos han dado prioridad?
Nuestra realidad refleja en muchos aspectos la de las diócesis de la antigüedad, cuando el obispo era el pastor de una localidad con la zona que la rodeaba. Aunque en mi caso esa zona es grande, 56.000 kilómetros cuadrados. En la celebración de la consagración de un obispo, el ordenado promete solemnemente «predicar el Evangelio en todo tiempo». Esa es mi primera prioridad. ¡Naturalmente, fallo! Pero tengo la determinación de seguir intentándolo.
En los últimos años se ha oído hablar de un cierto «renacimiento católico» en Escandinavia. ¿Realmente es común recibir a luteranos conversos?
Es verdad que hay una gran vitalidad en la Iglesia católica en Noruega. ¡Pero la vida es frágil! Debe ser alimentada con cuidado y constantemente. No tenemos razón para felicitarnos, sino que tenemos conciencia de una gran responsabilidad que se nos ha confiado. El crecimiento numérico ha venido principalmente por la inmigración, aunque también recibimos nuevos católicos cada año. Cada uno tiene un origen único y es imposible generalizar. Pero muchos vienen de un entorno que no era en absoluto religioso. Es lo extraordinario de estos tiempos: tenemos la oportunidad de predicar el Evangelio como algo nuevo.
¿Tienen alguna iniciativa centrada en ese apostolado?
La vida católica es misionera por su naturaleza. Y creo que esta misión principal se realiza en tanto que la Iglesia local realmente sea una comunidad fundada y centrada en Cristo.
¿Este crecimiento está acompañado de un impulso renovado a la vida religiosa?
Ay, las vocaciones no son numerosas. Pero existen. Espero profundamente que más mujeres y hombres jóvenes sean la belleza y grandeza de la vida consagrada y se arriesguen a aceptar el gran don que representa.
En la catedral de Trondheim hay Misa en latín cada domingo. ¿Cómo han acogido y están aplicando el motu proprio Traditionis custodes, que reformaba el uso de la forma extraordinaria del rito romano?
Celebrar Misa en latín no es problemático, e inevitablemente seguirá sin serlo. El latín es un tesoro inmenso para la Iglesia. Eso es algo que el Concilio Vaticano II daba por supuesto y para lo que legisló; aunque las polémicas contemporáneas parecen olvidar en gran medida lo que en realidad enseñó el Concilio. Hay una gran tarea de redescubrimiento aguardándonos, una tarea gozosa, ¡y no menos para los nuevos obispos!
Algunas personas aluden a que el atractivo de la forma extraordinaria del rito romano puede haber tenido algo que ver en el renacimiento católico de Escandinavia.
Un renacimiento católico será fruto de la conversión radical, de las vidas en las que el amor de Cristo esta presente de forma radiante, en el que la verdad de Cristo revela su esplendor, que construye la Iglesia en unidad y paz. Si una forma de una celebración contribuye a esta conversión, a una transformación en Cristo, es un vehículo de bendición. Es esencial enraizar nuestros criterios de discernimiento en este nivel profundo, de donde se puede sacar el agua de la vida, para no perdernos en la mera retórica.
Sobre esta cuestión de la tradición y el motu proprio Traditionis custodes ha publicado recientemente un artículo. Como monje cisterciense de la Estricta Observancia, ¿cómo ve esta batalla intraeclesial en torno al concepto de tradición?
Es absurdo reducir la tradición meramente a un término polémico, como si fuera algo de lo que uno puede estar a favor o en contra. La tradición es la realidad viva dentro de la cual se va desplegando nuestra vida como católicos. Esta es la conciencia que necesitamos promover, aprender a vivir dentro de la lógica de recibir constantemente lo que se nos da para transmitirlo, y hacerlo con un espíritu de humildad y gratitud.
Su conversión se produjo, por así decir, en dos etapas. ¿Qué experiencias le impulsaron?
De hecho diría que fue un único proceso. Mi conversión empezó con un despertar interior que encontró su forma en la Iglesia. Ser recibido en la Iglesia fue una experiencia de regreso al hogar que sentí como totalmente natural, incluso inevitable.
Eso ocurrió mientras estudiaba en Cambridge. Luego se doctoró en Teología, y en 2002 decidió entrar en la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, aún en Reino Unido. ¿Cómo sintió esta llamada?
Me encontré por primera vez con la vida monástica cuando tenía 17 años. Su absolutez me impresionó. Llevaba dentro de mí un profundo deseo de una dedicación total. La vida de la orden parecía corresponder a ese deseo y ofrecerle el apoyo que necesitaba para crecer. Me encanta la vida monástica y estoy inmensamente agradecido por mi vocación, un don enteramente inmerecido; pura gracia.
¿Respondió pensando que quizá nunca volvería a su país de origen?
Di totalmente por supuesto que nunca regresaría a Noruega. Había hecho el voto de estabilidad en una abadía inglesa, ¡y esperaba totalmente permanecer en el monasterio hasta que mis hermanos me sacaran para enterrarme!
¿Cómo es el día a día de un monje obispo?
La transición de la vida comunitaria a la disciplina de vivir solo supuso un cambio radical y un desafío. Pero la vida monástica tiene una dimensión eremítica. Y ahora la estoy descubriendo cada vez más, al tiempo que estoy profundamente imbuido en la vida de la Iglesia local.
En cuatro pinceladas
Una comida: Pescado fresco del fiordo, sea como sea que esté cocinado.
Un dicho: «Du skal ikke selge skinnet før bjørnen er skutt», no debes vender la piel del oso antes de haberle disparado.
Una leyenda local: La saga de san Olaf cuenta que cuando el rey había reunido a sus hombres y el ejército enemigo aún no había llegado les dijo que se acostaran y descansaran. Él apoyó la cabeza en la rodilla de Finn Arnesonn y se durmió. Al ver acercarse al otro ejército Finn despertó al rey y le dijo que el ejército de los campesinos avanzaba contra ellos. El rey respondió: «Todavía no están cerca, habría sido mejor dejarme dormir». Finn le preguntó «¿Cuál era el sueño mi señor, que cuya pérdida es tal que preferiría que le hubiera dejado despertarse solo?». Y el rey contó que había visto una escalera muy alta, sobre la cual subió tanto que el cielo se abrió. «Y cuando me despertaste, había llegado al peldaño más alto hacia el cielo».
Una curiosidad sobre la política: Diría que la relativa ausencia de polarización, que apunta a un consenso cívico fundamental, con la notable excepción de algunos partidos minoritarios.
¿Qué cree que el nombramiento como obispo de un monje (¡y trapense!) significa para la Iglesia en Noruega?
La vida monástica es fundamentalmente una vida de conversión continua. En ese sentido representa una tarea que atañe a la Iglesia en su conjunto en estos momentos en que nuestra credibilidad está terriblemente baja a la luz de la revelación de escándalos que está en curso. Es una fuente de gran dolor para todos nosotros. También es una carga que estamos llevados a llevar, en Cristo, con espíritu de reparación. Nuestro Señor comenzó la proclamación del Evangelio con una instrucción sencilla: «Convertíos y creed en el Evangelio». Debemos responder a esa llamada radicalmente, con coherencia. Si la experiencia, la sabiduría y la autoridad del ejemplo monástico pueden ayudarnos a ser fieles, será maravilloso.
No parece fácil en un país tan secularizado.
Mientras era novicio, un anciano abad estadounidense visitó nuestro monasterio para predicar el retiro de la comunidad. Al final, antes de marcharse, se acercó a mí, me agarró el brazo, me miró a los ojos y dijo simplemente: «¡Persevera!». Siempre he estado agradecido por esa palabra. Toda fidelidad cuesta, cualquiera que sea nuestro estado de vida. En lo que se refiere a la vida católica, en estos momentos estamos expuestos a muchas cosas que nos desaniman. La tentación de abandonar el proyecto, de alejarnos desilusionados, es grande. Pero una vez nos hemos encontrado con Cristo, «¿a quién vamos a acudir?», como dice Pedro en el Evangelio.
El monje es un pobre en una comunidad de otros pobres que ha arriesgado su vida sobre las palabras en las que Cristo le asegura que «estoy con vosotros todos los días». La transformación de su vida por lo que espera que se realice en y a través de su pobreza, en la experiencia concreta, a lo largo del tiempo, de que la gracia es real, de que la reconciliación es posible, de que los pecados pueden ser perdonados, de que la libertad puede ser restaurada, de que llevamos en nuestro interior una gran capacidad para la alegría, de que cualquier cosa que se exponga a la luz, incluso cosas muy oscuras, se vuelve luz. Es un mensaje que todos necesitamos oír y vivir.
Además del carisma spiritual, la regla trapense incluye el estudio. Sus escritos muestran un profundo conocimiento de la Escritura, pero también de música y literatura. Ha escrito sobre la memoria cristiana como respuesta contra la soledad, una obra que ha suscitado interés en varios países, incluida España. Y está a punto de publicar en inglés Entering the twofold mistery, un libro sobre lo que el monacato nos enseña en estos tiempos turbulentos. ¿Cuáles son esas lecciones?
El monje o monja simplemente es un cristiano que desea vivir una vida coherente, profundamente enraizada en su humanidad mientras tiende a una meta trascendente. Como resultado, la tradición monástica exhibe un profundo realismo en relación a la condición humana, sin miedo de nombrar las perennes batallas que ocurren en el alma (y en el cuerpo) del cristiano. Este realismo es muy necesario en nuestros días, tan fácilmente seducidos por lo virtual.El patrimonio monástico da testimonio de la fidelidad y de la belleza y alegría de vivir una vida totalmente entregada a Él. San Benito nos exhorta con firmeza a «no perder nunca la esperanza en la misericordia de Dios». Eso también es un recordatorio crucial para el momento presente.