Arkiv, Samtaler
Samtale med Javier Arias
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Como el Cardenal Arborelius, usted es un converso al catolicismo, ¿cómo descubrió la fe?
Cuando crecí en los años 70 y 80, todavía quedaba un vestigio del cristianismo en Noruega. Por lo tanto, conocía las enseñanzas cristianas, aunque mi comprensión de ellas era simplista y equivocada. Mis asociaciones eran principalmente negativas. Descubrí la fe como algo real a través de la lectura, la música, ciertos encuentros y mis primeras experiencias con la oración litúrgica y en silencio. Mi propia historia me lleva a reflexionar que la rápida secularización de Europa podría ser una bendición disfrazada. A medida que nuestro continente se aleja cada vez más de la fe, puede dejar de lado muchos estereotipos falsos. Esto podría allanar el camino para nuevos descubrimientos, preparando a las personas para la frescura y novedad de la fe, que ofrece respuestas coherentes, inspiradas y humanitarias a las cuestiones de nuestro tiempo.
Es obispo de Trondheim desde 2020, ¿qué significó para usted este nombramiento?
Fue una transición difícil. Soy monje cisterciense y, cuando llegó el nombramiento, era abad de mi comunidad. Amo la vida monástica y la vocación monástica. La idea de desarraigarme fue dura. Igualmente, fue complicado dejar una comunidad a la que cuidaba y por la que sentía responsabilidad. Necesité tiempo para procesar estos sentimientos profundos, para hacer duelo. Una vez completado ese proceso, pude mirar hacia el futuro y abrazar con alegría la providencia de esta nueva situación. Sigo encontrando una gran alegría en ello. Hay una oración en la liturgia de la Iglesia que llama a la providencia de Dios «infalible». Percibo algo de ese misterio en mi vida, lo cual me llena de asombro y gratitud.
Recientemente, los obispos le eligieron presidente de la Conferencia Episcopal Nórdica. ¿Cuáles son los desafíos que enfrenta la Iglesia en estos países?
R-El mayor y principal desafío es uno perenne e inmutable: vivir vidas cristianas coherentes, creíbles y fieles. La propuesta cristiana es inmensa. Nos invita a reconsiderarlo todo, a vivir en el presente con el corazón puesto en la eternidad, a descubrir cada vez más un amor que exige una entrega total y, al mismo tiempo, permite una plenitud de vida inimaginable. Luego están los desafíos más inmediatos: acompañar a una Iglesia local que está creciendo; apoyar a las familias; educar a los jóvenes y hacerles comprender lo que realmente es la vida en Cristo; proporcionar un testimonio cristiano en el discurso cultural y político de tal manera que nuestra voz sea clara, firme, amable, respetuosa y vivificante.
El año pasado realizó una gira por España presentando su último libro llamado ‘Castidad’. ¿Por qué decidió escribir sobre este tema?
Creo que todos percibimos que nuestra sociedad está confundida en cuanto a las cuestiones de la sexualidad. A menudo, el discurso sobre este tema va acompañado de ansiedad y enojo. Pensé que debía haber un enfoque más constructivo, y partí de una exhortación en la Regla de San Benito, donde el Padre del monaquismo occidental simplemente nos dice: «¡Ama la castidad!» ¿Puede la castidad ser algo digno de amor? Sí, puede serlo. Si se entiende correctamente, no se trata de una negación de la sexualidad, sino de la integración de la naturaleza humana en todos sus aspectos, de una reconciliación de los sentidos. La persona verdaderamente casta es íntegra. ¿Y quién no quiere ser íntegro?
Cada vez hay más voces dentro de la Iglesia que buscan cambiar la moralidad sexual. ¿Por qué cree que esta virtud está siendo tan atacada?
La moralidad sexual no es en sí misma, estrictamente hablando, una virtud; su objetivo es indicar cómo vivir de manera virtuosa. Creo que lo primero que debemos hacer es centrarnos en el objetivo: redescubrir cuáles son las virtudes, comunicarlas de manera que su poder liberador y su potencial embellecedor se hagan evidentes. Entonces será más fácil hablar inteligiblemente sobre el camino que lleva a ese objetivo. La enseñanza católica sobre la sexualidad a menudo se presenta de manera terriblemente reduccionista, a veces, hay que decirlo, dentro de la propia Iglesia. En realidad, la Iglesia tiene una visión extremadamente matizada, realista y esperanzadora de la naturaleza sexual de la humanidad. Es una gran tarea —una tarea que todos compartimos— redescubrir ese gran patrimonio y darlo a conocer. Se lo debemos a los hombres y mujeres, y especialmente a los jóvenes, de nuestro tiempo.
¿Existe cierto miedo a predicar y hablar honestamente sobre la castidad y la sexualidad humana desde una perspectiva antropológica cristiana?
Si hay miedo, supongo que es principalmente porque las personas no saben qué decir. Mi ensayo sobre la castidad fue un intento, por lo tanto, de recuperar un vocabulario esencial con la esperanza de que pueda ser útil para otros como base para conversaciones genuinas.
En la carta pastoral publicada por los obispos escandinavos en marzo de 2023, se afirma, en referencia al movimiento LGBT, que «no estamos de acuerdo cuando este movimiento propone una visión de la naturaleza humana separada de la integridad corporal de la persona, como si el género físico fuera algo accidental». ¿Podría profundizar un poco más en esta idea?
Ser humano es existir en una gran tensión. Es ser polvo llamado a la gloria. Es estar desgarrado entre apetitos animales y aspiraciones angélicas. Dios, según leemos en Génesis, sopló su Espíritu en nuestra carne cuando nos hizo a su imagen. Por eso un Salmo puede proclamar: «Mi carne te anhela». ¡Es una declaración extraordinaria! Y señala uno de los principios fundamentales de nuestra fe: «Creo en la resurrección de la carne». Mi cuerpo no es solo un envoltorio incidental para un yo esencial imaginado. Yo soy mi cuerpo. Es un error reducir la personalidad a una abstracción, como si fuera solo una idea en nuestra mente, potencialmente cambiable a voluntad. Nuestra gran tarea es abrazar el potencial de bondad de lo que realmente somos, creer que somos amados de esta manera, llamados a amar de esta manera, y que de esta manera, por la gracia, podemos alcanzar la santidad.
¿Cuál es el papel de los obispos en cuanto al depósito de la fe?
Me encanta el relato de la visita de Giovanni Battista Montini al Papa Pío XII cuando este último lo nombró arzobispo de Milán. Cuando Montini se marchaba, el papa simplemente le dijo: Depositum custodi(“guarda el depósito”), que es una línea de la Primera Carta de San Pablo a Timoteo. Habla de la importancia de recibir la plenitud de la fe, transmitida por los apóstoles, y asegurarse de que lo que entregamos a otros, a la siguiente generación, no sea menos que esa plenitud. Es un desafío que nos afecta a todos. Pero es evidente que la responsabilidad de los obispos en este sentido es especialmente grande. Es una responsabilidad pesada, pero también feliz, a medida que descubrimos cada vez más la maravillosa riqueza de la fe.
¿Cree que la Iglesia necesita cambiar y transformarse?
R-La Iglesia está llamada a reflejar a Cristo en el mundo, es decir, a manifestar lo que los Padres llamaban la «forma Christi». Para ello, es semper reformanda. Lo cual no quiere decir que deba ocuparse siempre de cambiar muchas cosas. Quiere decir, fundamentalmente, que debe asegurarse de parecerse a Cristo y tratar activamente de convertir cualquier aspecto de sus hábitos o prácticas que comprometa su semejanza con Él. A todos nos gusta fijarnos en los defectos de otras personas o grupos. Pero este trabajo de conversión debe empezar siempre por uno mismo. Un periodista preguntó una vez a la Madre Teresa de Calcuta: Madre, ¿qué debe cambiar en la Iglesia? Ella le miró fijamente y le dijo: «Yo debo cambiar», y luego añadió, con una sonrisa, creo: «Y tú…» Aquí tenemos el esquema de los términos de una vida cristiana fructífera.
Finalmente, ¿qué mensaje daría a los católicos de todo el mundo cuando pierden la fe y la esperanza al ver la compleja situación que les rodea?
Recuerden: vivimos en un mundo infinitamente amado. Nosotros mismos, personalmente, somos infinitamente amados. Vivan de una manera que corresponda al amor. Si sienten que no tienen amor, intenten actuar como si lo tuvieran: movilicen su voluntad y propósito. Si lo hacen en nombre de Cristo y mantienen su corazón abierto a recibir su gracia, entonces se les dará amor. Y comenzarán a descubrir, de maneras pequeñas y ordinarias pero maravillosas, lo que significaban las palabras finales del Señor el día de la Ascensión: «Yo estoy con vosotros siempre».
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Like Cardinal Arborelius, you are a Catholic convert, how did you come to discover the faith?
When I grew up in the 70s and 80s there was still residual Christianity abroad in Norway. So I was aware of Christian claims, but had a simplistic, misguided grasp of them. My associations were primarily negative. I discovered the faith as something real through reading, through music, through encounters, then through my first experiences of liturgical and silent prayer. My own history causes me to reflect that a blessing in disguise may be brought by the rapid secularisation of Europe. As our continent becomes ever more a stranger to faith, it is able to drop a lot of false stereotypes. This may pave the way for new discoveries, preparing people for the freshness and newness of the faith, which offers cogent, inspired, and humane answers to the questions of our time.
You have been Bishop of Trondheim since 2020, what did this appointment mean for you?
It was a difficult transition. I am a Cistercian monk and was, when the appointment came, abbot of my community. I love the monastic life and the monastic vocation. The thought of being uprooted was hard. It was likewise hard to leave a community I cared for, people for whom I felt responsible. So I needed time to work through these deep processes, to grieve. Once that work was done, I could turn towards the future and embrace the providence of this new situation with joy. I continue to find great joy in it. There is a Collect in the Church’s liturgy that calls God’s providence ‘infallible’. I ascertain something of that mystery in my life. It fills me with wonder and gratitude.
Now the bishops have just elected you president of the Nordic Bishops’ Conference. What are the challenges facing the Church in these countries?
The greatest, primary challenge is a perennial, unchanging one: that of trying to live coherent, credible, faithful Christian lives. The Christian proposition is immense. It invites us to reconsider everything, to live in the here-and-now with our hearts set on eternity, to discover ever more fully a love that calls for total self-giving while at the same time enabling an unimagined fullness of life. Then there are the more immediate challenges: accompanying a local Church that is growing; supporting families; teaching the young and letting them get a sense of what the life in Christ truly is; providing a Christian testimony in cultural and political discourse in such a way that ours is at one and the same time a clear, uncompromising, kind, respectful, and life-giving voice.
Last year you toured Spain presenting your latest book, Chastity. Why did you decide to write about this topic?
I think we all ascertain that our society is in a muddle when it comes to questions of sex. Discourse about this subject is often accompanied by anxiety and anger. I thought there must be a more constructive approach, and set out from an exhortation in the Rule of Saint Benedict, where the Father of Western monasticism simply tells us: ‘Love chastity!’ Can chastity be loveable? Yes it can. If rightly understood, it stands, not for a denial of sex, but for the integration of human nature in all its aspect, for a reconciliation of the senses. The truly chaste person is whole. And who doesn’t want to be whole?
There are more and more voices within the Church that are seeking to change sexual morality. Why do you think this virtue is being attacked so much?
Sexual morality isn’t in itself, strictly speaking, a virtue; but its aim is to indicate how to pursue virtuous living. I think the first thing we must do is to focus on the goal: rediscover what the virtues are, communicate them in such a way that their liberating power and beautifying potential become evident. Then it will be easier to speak intelligibly about the road leading to that goal. Catholic teaching on sex is often presented in a terribly reductive way, sometimes, it has to be said, within the Church itself. In fact, the Church has an extremely nuanced, realistic, and hopeful vision of humanity’s sexual nature. It is a great task — a task we all share — to rediscover that great heritage and to make it known. We owe that to the men and women, and most especially to the young people, of our time.
Is there a certain fear of preaching and speaking honestly about chastity and human sexuality from a Christian anthropological perspective?
If there is fear, I suppose it is mostly because people do not know what to say. My essay on Chastity was an attempt, therefore, to repristinate essential vocabulary in the hope that it may be useful to others as a basis for genuine conversations.
In the pastoral letter published by the Scandinavian bishops in March 2023 they state in reference to the LGBT movement that ‘we disagree when this movement proposes a view of human nature as separate from the bodily integrity of the person, as if physical gender were accidental’. Could you elaborate a little more on this idea?
To be human is to exist within great tension. It is to be dust called to glory. It is to be torn between animal appetites and angelic aspirations. God, we read in Genesis, breathed his Spirit into our flesh when he made us in his image. That is why a Psalm can proclaim: ‘My flesh yearns for you.’ It is an extraordinary statement! And it points towards one of the fundamental tenets of our faith: ‘I believe in the resurrection of the flesh’. My body isn’t just an incidental wrapping for some imagined essential self. I am my body. It is a mistake to reduce personhood to an abstraction, as if it were merely an idea in our mind, potentially changeable at will. Our great call and task is to embrace the potential goodness of what we actually are, to believe that we are loved in this way, called to love in this way, and that in this way we can by grace reach sanctity. It is significant that the rising trend of gender dysforia coincides with a rising trend of loneliness and isolation, a withdrawal from friendship and communion. We struggle to believe ourselves loveable — and loved. It is a vital Christin task to bear witness that we are; and to communicate that love truly in our way of engaging with the world, with society, with our neighbour, who may just have slammed the door in our face.
You have spoken on occasion about the deposit of faith. What role do you bishops play in this area?
I love the account of Giovanni Battista Montini’s visit to Pope Pius XII when the latter had just appointed him, the future Pope Paul VI, archbishop of Milan. When Montini left, the pope simply told him: ‘Depositum custodi’, which is a line from St Paul’s First Letter to Timothy. It speaks of the importance of receiving the fullness of faith, passed on from the Apostles; and to ensure that what we hand on to others, to the next generation, is no less than that fullness. The challenge regards each one of us. But it is self-evident that the responsibility of bishops in this regard is especially great. It is a heavy responsibility. But also a happy one, as we discover ever more the wonderfulness richness of the faith, the beauty of all God has given us.
Do you think the Church needs to change and transform itself?
The Church is called to reflect Christ to the world, that is, to show forth what the Fathers called the ‘forma Christi’. For that purpose, she is semper reformanda. Which isn’t to say that she should alway busy herself about changing lots of things. It is to say, fundamentally, that she should ensure she resembles Christ and actively seek to convert whatever aspects of her habits or practice that compromise likeness to him. We all like to focus on the shortcomings of other people or groups. But this work of conversion must always begin with myself. Mother Teresa of Calcutta was once asked by a journalist: ‘Mother, what must change in the Church?’ She fixed him with her gaze and said: ‘I must change’, then added, with a smile, I should think: ‘and you…’ Here we have the outline of the terms of fruitful Christian living.
Finally, what message would you give to Catholics around the world when they lose faith and hope when they see the complex situation around them?
Remember: we live in a world that is infinitely loved. We are ourselves, personally, infinitely loved. Live in a way that corresponds to love. If you feel you have no love, try to act as if you did: mobilise your will and purpose. If you do that in Christ’s name and if you keep your heart open to receive his grace, then love will be given. And you will begin to discover, in small and ordinary but wonderful ways what the Lord’s parting words meant on the day of the Ascension: ‘I am with you always.’